Autora Jennie Barb, psicóloga, terapeuta familiar
Publicado en La Estrella de Panamá el 13 de diciembre del 2019
La violencia sexual contra nuestros niños es una realidad alarmante en nuestro país. Muchos niños y niñas viven este horrendo drama, dentro y fuera de sus hogares, en silencio. Para comprender cómo se da la violencia sexual contra la infancia, es necesario verlo desde una perspectiva más amplia que va mucho más allá de la disfuncionalidad de la familia y la perversidad del agresor. Nos atañe a todos. Prevenir la violencia contra la niñez y la mujer es un reto casi inalcanzable en una cultura patriarcal y por eso, inclaudicable.
La cultura es una construcción intelectual que describe comportamientos, ideas, tradiciones, percepciones y valores que definen la identidad de un grupo social. De esta construcción ideológica surgen el Estado, la sociedad y la familia. En Panamá, como en el resto de América Latina, tenemos una cultura patriarcal que establece la desigualdad entre hombres, mujeres, niñas y niños, colocando al hombre como una figura de poder, autoridad y supremacía por el simple hecho de ser hombre.
Existe un grupo de hombres y mujeres que han superado las barreras de la cultura tradicional y luchan por conseguir la tan anhelada equidad de género. Sin embargo, la masa poblacional panameña tiene raíces culturales patriarcales muy arraigadas. Esta ideología se transmite silenciosamente a través de las experiencias sociales tempranas fomentadas muchas veces por las mismas mujeres, quienes a su vez han sido influenciadas por su propio proceso de socialización dentro de dicha cultura. Las mujeres, las niñas y los niños, en franca desventaja, son cosificados, discriminados y violentados. Esto se observa dentro del hogar, en la calle, en el ambiente laboral, escolar, social y el político. Los femicidios, las violaciones y los abusos sexuales contra nuestros niños y niñas son monstruos que se originan de esta cultura patriarcal, la cual justifica prácticas socio culturales generadoras de abuso.
La ideología patriarcal forma el sistema sociopolítico del Estado con leyes originalmente hechas por hombres. Estas raíces culturales moldean a su vez a la sociedad y a la familia, la cual forma niños y niñas para que adopten roles genéricos y de comportamiento de acuerdo con las expectativas sociales patriarcales. Por lo tanto, los niños aprenden e internalizan pautas de poder y dominación y las niñas de sumisión y aceptación de dichas pautas. Este proceso influye de manera directa en la génesis de todos los tipos de violencia contra las mujeres, los niños y las niñas.
En este panorama, trabajar prevención de violencia contra la mujer, los niños y las niñas es un proceso complejo que requiere del compromiso de todos los sectores. Urgen estrategias estatales y sociales integrales que deshagan la masculinidad tóxica, normalizando otras formas de masculinidad menos tradicionales. Se debe empoderar a la mujer con mayores cuotas de participación en la sociedad, visibilizando sus esfuerzos, retos y contribuciones, dándole el mismo sitial de respeto y autoridad que a los hombres. A la familia, se le debe fortalecer a través de políticas de protección a la primera infancia, instalando habilidades de cuidado y de crianza, con un enfoque de derechos, con acciones directas en el entorno familiar. Sólo así lograremos la inclusión y la equidad de personas y comunidades. Los esfuerzos institucionales estatales deben articularse con onegés para lograr un mayor impacto. La tarea no es sencilla, pero entre todos es posible.